Llegamos bastante tarde, entrada ya la noche. Saliendo del aeropuerto soltamos al unísono un: Walaa! Que frío. Esperamos en una cola de taxi rara. No pagas antes, pero te dan un ticket.
El taxista sólo nos pregunta por la calle y luego le oímos murmurar con voz seca y cortante: Air Bnb, ¿no? – Emm… si. Olivia dormidita en brazos. En la pantallita del GPS no se ven más que imágnes de niños, fotografiados en primer plano, serios, tristes. Seguidos de la palabra WARNING y luego una parrafada en húngaro que agradecí en ese momento no entender. Miré a Sergio. Estuve a punto de preguntar al taxista. ¿Preguntar? Agité la cabeza e hice desaparecer la pregunta. Llegados al portal nos abre la anfitriona… Emm… !Madre! Sí es madre. De dos hijas de 1 y 3 años. Las uñas postizas eran, muy postizas. Cinco cm de pura sofisticación, pulidas y afiladas, vamos, mejor eso que tener una navaja suiza en el bolsillo, no dejaban de mirarme o yo a ellas, no se.
Nos desliza por unos pasillos, donde aún no se si estaban en obras o en ruinas, ropa colgada de ventanas sin cristales, un sofá en medio de la nada, tapizado con sábanas viejas… finalmente entramos en el apartamento, nos despedimos. Muy correcta. Todo perfecto. Ahora… a dormir.
Al día siguiente, nos reímos un poco de ver dónde nos había llevado Air Bnb, sin previo aviso. Pero dormimos muy bien y a muy buen precio.
Nos llovió todos los queridos días, pero en el fondo, es otoño y a veces es lo que ocurre en otoño. Si nos gustaron tanto sus calles aún pasadas por agua, no me quiero imaginar con sol todos los días.
Con chubasquero, y buenos guantes nos perdimos por sus rincones, Olivia conoció la diferencia entre tranvía y metro, escalamos las empinadas cuestas de buda, nos zambullimos en barco respirando brisa fresca del Danubio, descubrimos los bares en ruinas y sus borrachos acompañantes y degustamos algún que otro goulash que suelen invadir las mesas en los restaurantes, que he de decir, cuando hace frío no hay nada mejor que esa sensación que te llena el cuerpo de entrar en un local que desprende calor y huela a comida copiosa y café recién hecho, y si es con pan casero, mejor que mejor… Si os veis metidos en un avión con destino Budapest, no os perdáis la cafetería que aparece en nuestro video, llamada ARTIZAN para desayunar o merendar. A parte de ser amables, está todo demasiado bueno.
Espero que os guste el video. Nos hubiera gustado explorar más la ciudad, pero al ser un viaje medio por trabajo medio por placer, nos faltó tiempo para más. Mejor dejar cosas para otra ocasión. Además, el último día salió el sol y los edificios parecían brillar. Qué luz.
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